27 julio, 2024
Cultura

Edmundo Rivero, uno de los mayores artistas de la historia del tango

Mi formación se debe a mis padres, mis tíos y los payadores e improvisadores —que son dos cosas diferentes— qué escuché. También aprendí mucho de la ópera, del lied”. Son las palabras del cantor, guitarrista y compositor de tango Edmundo Rivero, de cuya muerte se cumplen 38 años el 18 de enero. Por su particular tesitura de voz, estilo, repertorio y extensa trayectoria, es considerado uno de los mayores artistas de la historia del género.

Sin duda, este cantante sencillo, afable y señorial rompió con ciertos cánones establecidos en el 2×4. Sus facciones marcadas, su voz gruesa y cavernosa, su registro de bajo y su recurrencia al lunfardo lo alejaban del modelo imperante en la época de oro del tango. El mercado estaba dominado por cantantes con imagen de galán o compadrito que exhibían registro de tenor o barítono. Asimismo, la temática que se imponía era la romántica. Recién en 1935 se volcó al tango, ya que al principio de su carrera cantaba canciones sureñas: milongas, estilos y vadalitas. Le costó ser reconocido pero luego de un rechazo inicial, se consagró con todas las letras.

Apodado “El Feo”, su nombre completo era Leonel Edmundo Rivero. Nació el 8 de junio de 1911 en el sur del Gran Buenos Aires, más exactamente en la estación de trenes Puente Alsina, de la cual su padre Aníbal era jefe. Fue bautizado Leonel en homenaje a su bisabuelo materno inglés llamado Lionel Walton, que fue lanceado por los indios ranqueles a mediados del siglo XIX. En tanto, Edmundo es producto de la pasión lectora de su madre Anselma por la novela El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas.

Con posterioridad, la familia se trasladó al pueblo bonaerense de Moquehuá, puesto que su progenitor había sido designado como jefe de esa estación. Sin embargo, permanecieron poco tiempo allí porque Edmundo enfermó gravemente y los médicos del lugar no llegaban a descubrir lo que tenía. Por lo tanto, su padre optó por renunciar a su trabajo y regresar a la Capital, donde finalmente lograron curar al cantante cuando tenía seis años. Se establecieron en el barrio de Saavedra, donde Rivero pasó su infancia. Luego la familia se mudó a Belgrano.

Sus padres le inculcaron desde la cuna el amor por la música. En su casa, a todas horas, ambos cantaban y tocaban estilos, valses y zambas. Su tío Alberto –que integraba un trío de tango- le enseñó las primeras notas en la guitarra. A su abuela también le gustaba cantar tangos y milongas. A los diez años Rivero “debutó” en la escuela primaria entonando versos del Martín Fierro en un acto patrio.

Desde su adolescencia comenzó a sentirse intrigado por el lunfardo, un lenguaje prohibido que su tío le fue enseñando de a poco, y finalmente fue en un aguantadero de Saavedra donde lo aprendió de primera mano gracias a un grupo de delincuentes que allí moraban. Alrededor de los 18 años el cantante ya era un guitarrista conocido en el barrio y frecuentaba distintos bodegones y bares. Luego comenzaría sus estudios de canto y guitarra clásica en el Conservatorio Nacional de Música.

Durante un tiempo acompañó películas mudas en un cine de Avellaneda. En los inicios de los años ’30 en dúo con su hermana Eva y con su hermano Aníbal realizó pequeños conciertos en Radio Cultura y en el Alvear Palace Hotel, en los que interpretaban música española y temas clásicos. Luego acompañó a infinidad de cantores de la talla de Agustín Magaldi, Nelly Omar, Francisco Amor. Rivero contaba con gracia que como primer sueldo artístico de la radio recibió un pescado, a elegir entre pejerrey o merluza, producto de algún canje que el dueño de la emisora aceptaba.

Su carrera como cantor de tango se inició con José de Caro y en 1935 se unió a la orquesta de Julio de Caro como vocalista, actuando en los bailes de Carnaval del Teatro Pueyrredón de Flores. Más tarde trabajó en la orquesta de Emilio Orlando y, a comienzos de la década de 1940, en la de Humberto Canaro.

Artísticamente no le iba mal pero sí desde el punto de vista económico. Comenzó un largo peregrinaje para contactarse con orquestas y compañías grabadoras pero nadie quería contratarlo argumentando que su voz era demasiado gruesa o que parecía estar enfermo de la garganta. De esta manera, abandonó el canto por varios años hasta que a mediados de la década del ´40, casi de casualidad, Horacio Salgán lo escuchó entonando un par de canciones en la radio La Voz del Aire y lo contrató.

La música de Salgán, sus orquestaciones, en esa época eran revolucionarias y yo tenía una voz de bajo, cosa inaudita en un tiempo donde todos los cantores de tango exhibían registro de tenor”, declaró el cantante en una entrevista. “Lo que hace ese director no es tango y para colmo tiene un cantor enfermo del pecho”, les decían. Como señalamos, a ello se sumaban las letras cargadas de lunfardo que interpretaba Rivero cuando lo que predominaba en el género era lo romántico.

No obstante, “El Feo” fue, de a poco, ganando admiradores hasta que saltó a la fama cuando en 1947 se unió a la orquesta de Aníbal Troilo, quien lo convocó para reemplazar a Alberto Marino. El 29 de abril de 1947 grabaron su primer tango en colaboración: El milagro, de Armando Pontier y Homero Expósito. La sociedad duró tres años y quedaron un par de docenas de grabaciones, algunas a dúo con Floreal Ruiz. Entonces su voz pasó a ser inmortal en tangos como El último organito, Yo te bendigo y especialmente Sur, de Homero Manzi y Aníbal Troilo, su tango emblema. Nadie entona esos lúcidos versos como Rivero.

Ya consagrado, en 1950 comenzó su etapa solista y también su vinculación con el cine. El cielo en las manos (1950), Al compás de tu mentira (1951), Pelota de cuero (1963), La diosa impura (1964), Buenos Aires, verano 1912 (1966) y Argentinísima II (1973) son las películas en las que apareció.

En 1953 comenzó a realizar giras por el interior e importantes presentaciones en radio y televisión. En 1959 actuó en Madrid durante siete meses y, en 1965, integró una embajada artística que recorrió Estados Unidos durante dos años y visitó también todas las ciudades importantes de América Latina. En enero del mismo año viajó a Japón donde cosechó un resonante éxito.

Hacia 1965, fue elegido para interpretar las poesías de Jorge Luis Borges, musicalizadas por Astor Piazzolla y llevadas al disco titulado El Tango. A fines de la década del 60, lo acompañó el conjunto de guitarras dirigido por Roberto Grela. De este período quedaron inolvidables registros discográficos, como por ejemplo Packard, Falsía, Poema número cero y Atenti pebeta, verdaderas joyas del género.

El 8 de mayo de 1969 se dio el gusto de inaugurar su propia casa de tango, El Viejo Almacén, ubicado en Independencia y Balcarce, en el barrio de San Telmo. Por allí desfilaron los grandes referentes de la música ciudadana y celebridades de los más diversos ámbitos. Al emblemático local le dedicó una milonga compuesta con Horacio Ferrer llamada Coplas del Viejo Almacén.

El 6 de mayo de 1978 Rivero fue nombrado académico de número de la Academia Porteña del Lunfardo, en la que ocupó el sillón de Carlos Gardel. En 1985 recibió el Konex de Platino como Mejor Cantante Masculino de Tango. Escribió dos libros: Una luz de almacén (su autobiografía) y Las voces, Gardel y el tango.

Entre la gran cantidad de piezas grabadas por Edmundo Rivero se destacan: Sur, Cafetín de Buenos Aires, Niebla del Riachuelo, Confesión, Desde la cana, Calle Cabildo, A Buenos Aires, El deschave, Amablemente, Línea 9, Para vos, hermano tango, Quién sino tú, Pobre rico, Malón de ausencia, La toalla mojada, Tirate un lance. Varios de estos temas son de su autoría. También compuso: No mi amor, Milonga del consorcio, Arigató Japón, El jubilado, Pelota de cuero, Acuérdate (con José María Contursi), Bronca (con Mario Battistella) y Biaba (con Celedonio Flores).

El 24 de diciembre de 1985 fue internado por un problema cardíaco en el Sanatorio Güemes, donde falleció el 18 de enero de 1986, a los 74 años.

Laura Brosio

FOTO: Edmundo Rivero