19 abril, 2024
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A 127 años del fallecimiento del destacado cirujano argentino Ignacio Pirovano

El 2 de julio se cumplieron 127 años del fallecimiento del considerado Padre de la Cirugía Argentina, el Dr. Ignacio Pirovano. El notable cirujano perfeccionó la utilización de la asepsia en las intervenciones quirúrgicas, realizó la primera laparatomía en el país -operación que se efectúa con el objeto de abrir, explorar y examinar las paredes abdominales para tratar los problemas que se descubran- y formó toda una camada de destacados cirujanos.

Nació el 23 de agosto de 1844 en Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Belgrano, que en esa época no pertenecía al ejido de la ciudad y era un lugar alejado, marginal y pobre. Era hijo de Aquiles Pirovano, italiano, de profesión platero, y de Catalina Ayeno, argentina. El oficio de médico lo llevaba en la sangre: tanto su abuelo como su bisabuelo habían ejercido la medicina en Europa. Cursó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Buenos Aires. En 1865 se recibió de farmacéutico, con cuyo certificado pudo ingresar a la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires en 1866. Fue practicante del doctor Francisco Muñiz durante la guerra contra el Paraguay, en la epidemia de cólera en 1867 y de fiebre amarilla en 1871. Integrante de una familia humilde, debió trabajar para costearse sus estudios. Realizó prácticas en la farmacia El Cóndor de Oro, ubicada en las actuales Corrientes y Maipú, y trabajó en la farmacia del Hospital General de Hombres.

En 1872 Pirovano se graduó como médico, sorprendiendo con su tesis “La Herniotomía” sobre la extirpación de hernias, que presentaba un adelanto en relación a los métodos de la época. Su tesis preconizaba el tratamiento quirúrgico inmediato. Esa concepción por aquel entonces era controvertida y no pocas veces rechazada. Durante los seis años que duraron sus estudios aprobó los exámenes con “Sobresaliente por Unanimidad”. Tenía una gran capacidad intelectual, facilidad de aprendizaje y curiosidad por la innovación.

Su talento como médico cirujano residente, su acercamiento a las novedades y su estilo para comunicarlas le generaron cierto prestigio y le permitieron acceder a una beca del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para perfeccionarse en Europa. El periplo se extendió por Francia, Inglaterra, Alemania e Italia y duró tres años. Durante su extensa estadía en París asistió a las clases del biólogo y fisiólogo Claude Bernard y de Louis Pasteur -el químico creador de la vacuna contra la rabia-, y a las intervenciones quirúrgicas de Auguste Nélaton y Jules Péan. Asimismo, tomó contacto con Joseph Lister, cirujano británico que desarrolló las técnicas de asepsia y antisepsia, que mejoraron notablemente las situaciones postoperatorias e hicieron caer el número de infecciones que eran comunes después de las intervenciones. Este vínculo con Lister le daría a Pirovano los fundamentos de los métodos antisépticos que introduciría en el país. En efecto, el cirujano argentino perfeccionó la asepsia y la extendió al ámbito hospitalario, evitando muertes por infecciones en épocas en las que la gangrena estaba a la orden del día.

Participó en operaciones que se realizaban en el Hospital Saint Louis y en la Clínica Levallois Perret, ubicadas en los suburbios parisinos, donde conoció las pinzas hemostáticas (instrumento quirúrgico para controlar los sangrados) y aprendió el uso de la litotricia (técnica que utiliza ondas de choque para deshacer cálculos en los riñones, la vejiga o los uréteres). En el Kings College de Londres conoció los secretos de la laparotomía o la “conquista del abdomen”, como refería el doctor William Ferguson. En Berlín incorporó conocimientos sobre cirugía de urgencia y la extracción de cuerpos extraños u órganos. En Florencia presenció novedosas técnicas quirúrgicas.

Por su amor a nuestro país, rechazó varias ofertas para investigar en Europa y en 1875 retornó a la Argentina con su título de Doctor de la Facultad de Medicina de París. Reinició sus tareas en el Hospital de Hombres y fue designado titular de la cátedra de Histología y Anatomía Patológica en la Universidad de Buenos Aires.

Mientras daba clases en dicha cátedra, tuvo reconocidos discípulos que lo coronaron como Padre de la Cirugía Argentina. Algunos de ellos fueron Alejandro Castro, Antonio Gandolfo, Enrique Bazterrica, Andrés Llobet, Juan B. Justo, Diógenes Decoud, Pascual Palma, José Molinari, Daniel Cranwell, Marcelino Herrera Vegas, Nicolás Repetto, Alejandro Posadas, David Prando y Avelino Gutiérrez.

Pirovano les exigió a las autoridades la compra de un microscopio, que usó sistemáticamente, y demandó la instalación de un laboratorio adecuado. Impuso el uso del guardapolvo con mangas cortas para operar (y no ropa de calle con levita como se acostumbraba). Se concentró en el estudio de la estructura de los tejidos normales para comprender el desarrollo de los procesos mórbidos. Aplicó técnicas desconocidas: fijación de los tejidos con ácido pícrico, oclusión con solución de goma y alcohol, cortes con navaja, coloraciones con ácidos y nitratos. Obligó al uso de métodos asépticos estrictos: sumergir el instrumental, los campos quirúrgicos y las esponjas en ácido fénico, rociar con pulverizadores las salas de operaciones, las manos de los cirujanos y de sus ayudantes, cubrir con apósitos herméticos la zona operada.

En 1879 ocupó la cátedra de Medicina Operatoria, en 1883 fue designado titular de la cátedra de Clínica Quirúrgica en el Hospital de Clínicas y trabajó en el Segundo Hospital de Niños, que transformó en un centro masivo de operaciones. Se inició así el camino de la cirugía infantil en la Argentina junto a la cirugía plástica y reparadora para niños. Practicaba especialmente la cirugía de cabeza, cuello y extremidades, y su merecida fama hizo que centralizara la mayoría de las operaciones de Buenos Aires y hasta del resto del país. Realizaba traqueotomías, intervención frecuente en esa época, en un solo tiempo. Convencido y seguro de su técnica, no dudó en utilizarla en un momento de suma urgencia en una paciente muy especial: su propia hija.

Un porte distinguido contribuía a realzar su figura de médico y catedrático. El Pirovano médico es descripto como un hombre soberbio, seguro de sí mismo, reservado al lado del paciente, bondadoso, dulce en su trato. Sumamente carismático, gozaba de un humor sarcástico que combinaba con ingenio y simpatía. Casado con Petrona de Álzaga Piñeyro, era un hombre sabio, sencillo, campechano, noble, curioso, amante de la innovación, aficionado al dibujo, la pintura y la escultura, amigo de los pájaros, el campo y el río.

En determinado momento el ilustre cirujano desapareció de la escena, se retiró de la actividad médica y académica. El motivo fue un cáncer en la base de la lengua que él mismo se diagnosticó; envió las biopsias a Péan sin decir quién era el paciente. El cirujano francés le contestó telegráficamente: “Cáncer. Caso perdido”. Padeció su enfermedad estoicamente, se refugió en su hermosa residencia del Tigre, salía solitario en su lancha para visitar las plantaciones de la isla sobre el río Caraguatá o recorría como en sus mejores tiempos las aguas turbias y tranquilas de los arroyos del Delta. Siempre se refirió a su enfermedad como si se tratara de otra persona y procuró consolar y tranquilizar a su familia. Su vida se apagó en Buenos Aires, el 2 de julio de 1895, a los 50 años.

Su funeral congregó a todas las clases sociales de la ciudad. Al día siguiente de su fallecimiento, sus discípulos y amigos quisieron perpetuar su memoria haciendo erigir un gran monumento en el patio del Hospital de Clínicas, precisamente en el sitio donde pasaba todos los días para concurrir a su servicio. La citada estatua fue inaugurada el 14 de julio de 1900.

Actualmente llevan su nombre un hospital ubicado en el barrio porteño de Coghlan –el Hospital General de Agudos Dr. Ignacio Pirovano-, una calle de nuestra ciudad y una localidad de la provincia de Buenos Aires donde se emplaza otro monumento en su homenaje, obra del escultor francés Léon Ernest Drivier, discípulo de Auguste Rodin.

Laura Brosio

FOTO: Dr. Ignacio Pirovano.