27 julio, 2024
Cultura

Librerías anticuarias: celosas guardianas de perennes joyas culturales

Por Laura Brosio
Argentina viene recorriendo un largo y próspero camino en materia del libro antiguo, a tal punto que Buenos Aires es el mayor mercado de América Latina al respecto. En realidad, son pocas las librerías que disponen de lo que técnicamente se define como libro antiguo: aquel publicado entre 1450 y 1800. La mayoría son librerías de viejo que poseen ejemplares posteriores a esa fecha; libros raros, agotados, inhallables, descatalogados, usados, primeras ediciones. La entidad que las agrupa es la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina (ALADA) que desde 2004 organiza la Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires.
En el barrio de Retiro se concentran varias de estas librerías. Recorrerlas es ingresar a un mundo fascinante y conocer personajes singulares, apasionados por rescatar y preservar esos tesoros culturales, de los cuales, a veces, les cuesta horrores desprenderse. Más allá del interés económico, los guía el cariño desmedido por el objeto-libro en sí mismo, al cual consideran una obra de arte con todas las letras.
La mayoría de las librerías está focalizada en historia, literatura y arte argentinos, que es lo que más se vende. Dentro de la ficción, los favoritos absolutos son Borges y Cortázar, tanto para el público local como el extranjero. Otros géneros relevantes son el criollismo, el gauchesco y la literatura hispanoamericana.
El espectro de público es muy amplio. Generalmente se trata de estudiantes, investigadores, bibliófilos, coleccionistas, literatos, historiadores, profesionales, gente perteneciente a la clase media, de diferentes edades.
Una de las librerías más tradicionales es Helena de Buenos Aires, fundada en 1998 y situada en Esmeralda al 800 desde hace diez años. Es un ambiente distinguido y acogedor, con anaqueles colmados de libros hasta el techo y un piano que oficia de elegante anfitrión. Llama la atención una de sus vidrieras, estampada de libros de cocina que van de 1890 a 1930. Entre las perlitas que alberga esta librería, su propietaria, Elena Padin Olinik, menciona: un ejemplar de Interlunio, de Oliverio Girondo, con las ilustraciones de Spilimbergo; primeras ediciones de Roberto Arlt firmadas y dedicadas; libros de criollismo gauchesca rarísimos, que no se consiguen; La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, con la dedicatoria manuscrita de Borges; Una acuarela original de Norah Borges; libros de historia del siglo XIX; mapas jesuíticos. En una mesa, bajo una vitrina, brillan otras piezas valiosísimas: dos notas firmadas por Bioy Casares dirigidas a la librera en donde le pide que copie las páginas con correcciones de Unos días en el Brasil (Diario de Viaje), uno de sus libros. “Lo bueno de este trabajo es que estamos en permanente contacto con espectaculares joyas bibliográficas y libros de todo tipo, raros y curiosos. Tenemos la suerte de trabajar en un ámbito genial, de gran cultura. Te encontrás con gente que sabe muchísimo, cada uno en su tema, vas aprendiendo todo el tiempo”, comenta Padin Olinik.
A la vuelta, en Maipú al 800, se halla otra librería anticuaria con historia: Figueroa. Su titular, Luis Figueroa, está en el métier desde 1979, es toda una autoridad en el oficio. El local es pequeño pero puede adivinarse la existencia de cientos de libros. Para este librero, “en este trabajo estás rodeado de maravillas, cosas fantásticas, mil historias y mil situaciones que te transportan. Lo malo, hasta cierto punto, es que Internet nos haya quitado un número importante de consumidores de libros y que no haya políticas culturales fuertes en el país”. Un dato que aporta es que últimamente los jóvenes se están volcando a los clásicos. En este momento, está ofreciendo una pieza muy preciada: la primera edición de Romancero gitano, de Federico García Lorca.
En Libertad al 1200, al fondo de un bello pasaje que oficia de galería, se encuentra desde hace veinte años El faro del fin del mundo, una librería exquisita, delicada. Su propietario, Roberto Di Giorgio, bate el récord de tener medio siglo de trayectoria en el mercado. En este caso, más que en los libros, la prioridad está puesta en mapas, grabados, cuadros, esculturas, postales y fotos que abarrotan el local al punto de no dejar casi espacio para moverse. Hay grabados y mapas del siglo XVIII, piezas de colección en papel antiguo. Lo que más se vende son mapas y fotos, no así los grabados. En la actualidad, “vienen clientes de 35 a 50 años que buscan fotos o libros extraños, no de gran valor económico sino de interés personal. Por ejemplo, libros de historia que abarquen la fotografía, investigaciones sobre grandes viajes de 1900 en el Chaco o en el Sur, o sobre viajes más contemporáneos. A todos los coleccionistas del exterior les interesa el tema de la Patagonia”, afirma Di Giorgio.
Hay coincidencia en todos los libreros en que desde hace un tiempo el mercado del libro antiguo no pasa por su mejor momento debido a la grave situación económica del país. “Quieto, caído, tranquilo, flojo, ¡un desastre!”, esos son los calificativos que se escuchan al respecto. “Tengo clientes de hace muchos años pero varios se han ido muriendo, ya no quedan grandes coleccionistas. El mercado se va renovando, van entrando los jóvenes pero no es lo mismo. Los gustos van cambiando. Antes había coleccionistas de verdad, interesados por el objeto-libro per se y no como una forma de inversión”, se queja Figueroa.
El sótano de la Galería Buenos Aires, en Florida al 800, se convirtió desde hace algunos años en el refugio privilegiado de varias librerías de viejo como Prólogo, Memorias del subsuelo, Mireya, Los siete pilares.
Guillermo Di Carlo, propietario de Prólogo, lleva una década en el lugar. Entre sus joyas destaca un ejemplar de El paraíso perdido, de John Milton, del 1800, y las obras completas de Baudelaire en una edición de lujo, en francés, del siglo XIX. En esta librería se pone énfasis en el coleccionismo de papel en general: postales antiguas, carteles de cine y publicidad, revistas y comics, álbumes de figuritas, manuscritos y documentos. “La comercialización del libro en los últimos siete años cambió de manera radical, se hace mayormente a través de Internet. Antes la gente recorría las librerías buscando el libro, ahora se sienta frente a la computadora y ya está. Nosotros vendemos mucho por Mercado Libre”, señala Di Carlo.
Por su parte, Mireya, de Maximiliano Koch, se instaló en la galería en 2000. Posee algunos ejemplares del siglo XVIII, libros sobre platería criolla, primeras ediciones de Borges firmadas como El libro de arena (Emecé, 1975); Los indios en la Argentina, de Bonifacio Del Carril; Biografía de La Pampa. Cuatro siglos de Historia del campo argentino, de Ricardo Luis Molinari.
Estas auténticas gemas se alcanzan a atesorar mediante la compra de bibliotecas, en su totalidad o parte de ellas. “Habitualmente, nosotros compramos bibliotecas completas que nos ofrecen. Son bibliotecas particulares de personas que se deshacen de los libros porque eran de sus abuelos y no los van a volver a leer. Entonces, los ponemos en valor, los acondicionamos, los restauramos y los lanzamos a la venta. Tenemos un equipo que nos ayuda con la restauración”, explica Padin Olinik.
Hay diversos parámetros para fijar el precio del libro antiguo: la antigüedad, la rareza, el autor, el tema, el estado del libro, si está dedicado, si es una edición de lujo, si conserva la encuadernación original, si tiene ilustraciones, grabados, desplegables, mapas. En el caso de Figueroa, estudia los catálogos antiguos –donde figura la mayoría de los libros editados en el mundo- para conocer el valor real.
La opinión de los libreros es unánime en cuanto a que el libro antiguo no está reservado a una elite, ya que –aseguran- cualquier persona puede acceder al mismo. “De hecho, hay libros bastante raros que uno puede conseguir más baratos en primera edición que si comprara la reedición en una librería de nuevo”, expresa Padin Olinik. Para Di Giorgio, este tipo de material ahora se volvió accesible porque Internet hizo que los precios se desplomaran.
Según Hernán Silva, representante de Memorias del Subsuelo, con 35 años de experiencia en el medio, “no hay un buen o mal librero, cada uno trabaja el libro a su manera, con sus gustos”. En tanto, Figueroa sostiene una postura diferente: “El buen librero tiene que tener un conocimiento particular, hay que estudiar, investigar, tener los catálogos especiales de librero que a uno lo respaldan para ser serio en este métier”. A su turno, Di Carlo subraya que “lo fundamental es no cerrarse en un tema sino tratar de abarcar todas las temáticas posibles” al tiempo que se lamenta que ante el avance tecnológico, cada día se lea menos.