28 marzo, 2024
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Día Mundial de la Alimentación: la tarea de la FAO

El 16 de octubre se celebró el Día Mundial de la Alimentación. Fue instituido por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 1979. Su finalidad es concientizar a los distintos países sobre el problema alimentario mundial y fortalecer la solidaridad en la lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza. Otros objetivos que se persiguen son garantizar dietas saludables para todos y prevenir enfermedades relacionadas con la alimentación. El día coincide con la fecha de la fundación de la FAO en 1945.

La acción colectiva en 150 países es lo que hace del Día Mundial de la Alimentación uno de los días más celebrados del calendario de las Naciones Unidas. Cientos de eventos y actividades de divulgación reúnen a gobiernos, empresas, ONGs, medios de comunicación y público en general.

El lema propuesto por la FAO en 2021 es “Nuestras acciones son nuestro futuro. Una mejor producción, una mejor nutrición, un mejor medio ambiente y una vida mejor”. Esta consigna procura generar acciones individuales y colectivas para crear conciencia acerca de la importancia de una alimentación saludable, un estilo de vida activo que prevenga patologías como el sobrepeso y la obesidad, además de prácticas ecológicas y sustentables que eviten la contaminación, la cual también afecta la salud de las personas.

El Día Mundial de la Alimentación 2021 se celebra por segunda vez durante la pandemia de COVID-19. Esta ha puesto de manifiesto la fragilidad de nuestras sociedades: la alteración de los sistemas agroalimentarios y una recesión económica mundial, junto con el aumento de la inseguridad alimentaria y la desigualdad; pero también ha demostrado que es posible, además de necesario, seguir trabajando unidos por una meta común: crear un futuro mejor para todos, uno más sostenible y equitativo para las generaciones presentes y venideras.

Al mismo tiempo que 811 millones de personas a nivel mundial padecen hambre, cerca del 34% de los alimentos aptos para el consumo terminan en la basura. De esta manera, la emisión de gases de efecto invernadero, carbono, metano y otros gases que se generan con la pérdida y el desperdicio de alimentos va en aumento.

El hambre coexiste con la obesidad y el sobrepeso. Actualmente más de 670 millones de adultos y 120 millones de niños y adolescentes (de 5 a 19 años) son obesos, y más de 40 millones de niños menores de 5 años tienen sobrepeso, mientras que 1 de cada 3 mujeres en edad reproductiva padece anemia. Esto es el resultado de una combinación de dietas poco saludables y estilos de vida sedentarios que ha disparado las tasas de obesidad no solo en los países desarrollados sino también en los países de bajos ingresos.

Para tratar de paliar este flagelo, se creó la iniciativa a nivel global “Hambre Cero”, en la cual se busca acabar con el hambre y garantizar que toda la población tenga suficiente que comer. Este proyecto surgió luego de la adopción de los 17 Objetivos Mundiales cuyo plazo se cumple el 2030. Puesto que el tema es la erradicación del hambre, dentro del Objetivo 2 se menciona: “Poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición, y promover la agricultura sostenible”.

Según el último informe sobre El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (SOFI), el número de personas que pasan hambre ha crecido en los últimos cinco años, ascendiendo, como ya expresamos, a 811 millones en 2020. De todas maneras, el mundo ha progresado mucho cuando se trata de reducir el hambre: hay 216 millones de personas con hambre menos que en 1990-92, a pesar de que hubo un incremento poblacional de 1,9 mil millones de personas. Pero todavía queda mucho por hacer y ninguna organización puede alcanzar el “Hambre Cero” trabajando sola.

Los sistemas agroalimentarios emplean a 1000 millones de personas en todo el mundo, más que cualquier otro sector económico. Además, nuestra forma de producir, consumir y, lamentablemente, desperdiciar alimentos le cobra un precio muy alto a nuestro planeta, ejerciendo una presión innecesaria en los recursos naturales, el medio ambiente y el clima. Con demasiada frecuencia, la producción de alimentos degrada o destruye los hábitats naturales y contribuye a la extinción de especies. Esta ineficiencia nos está costando billones de dólares pero, lo que es más importante de todo, los sistemas agroalimentarios actuales están exponiendo desigualdades e injusticias profundas en nuestra sociedad a nivel global. Unos 3000 millones de personas no pueden permitirse dietas saludables, mientras que el sobrepeso y la obesidad continúan aumentando en todo el mundo.

En la actualidad, los alimentos que consumimos han perdido su biodiversidad. Según datos de la FAO, a lo largo de la historia, la humanidad ha utilizado 10.000 especies distintas para su alimentación. Hoy se producen y distribuyen comercialmente alrededor de 150. Y el 60% de las calorías que consumimos provienen de solo cuatro especies: el trigo, el maíz, el arroz y las papas. Y también se utilizan cada vez menos variedades dentro de la misma especie.

La pandemia de COVID-19 ha subrayado la necesidad de un cambio de ruta urgente. Ha hecho que sea aún más difícil para los agricultores (que ya se confrontan con la variabilidad del clima y los fenómenos extremos) vender sus cosechas, mientras que el aumento de la pobreza empuja a un mayor número de residentes de la ciudad a utilizar los bancos de alimentos, y millones de personas requieren ayuda alimentaria de urgencia. Se necesitan sistemas agroalimentarios sostenibles que sean capaces de alimentar a 10.000 millones de personas en 2050.

De acuerdo a la postura de la FAO, los gobiernos deben reconvertir las políticas antiguas y adoptar políticas nuevas que fomenten la producción sostenible de alimentos nutritivos asequibles y que promuevan la participación de los agricultores. Dichas políticas deben promover la igualdad y el aprendizaje, impulsar la innovación, estimular los ingresos rurales, ofrecer redes de seguridad a los pequeños agricultores y desarrollar la resiliencia climática. También se deben considerar los diversos vínculos existentes entre las áreas que afectan los sistemas alimentarios, incluida la educación, la salud, la energía, la protección social, las finanzas, y hacer que las soluciones encajen. Deben estar respaldados por un gran incremento de la inversión responsable y un apoyo enérgico para reducir los impactos medioambientales y sociales negativos en todos los sectores, especialmente el sector privado, la sociedad civil, los investigadores y el ámbito académico.

¿Qué acciones podemos llevar a cabo nosotros para mejorar nuestro futuro? Necesitamos influir en lo que se produce aumentando nuestra demanda de alimentos nutritivos producidos de manera sostenible y, al mismo tiempo, reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos. También tenemos la responsabilidad de hacer correr la voz, creando conciencia sobre la importancia de un estilo de vida saludable. Los esfuerzos para mitigar el cambio climático, la degradación medioambiental y nuestro bienestar dependen de ello. Resulta imperioso que activemos un movimiento alimentario que abogue por un cambio ambicioso.

Actualmente en Argentina, en el Congreso Nacional se aprobó el proyecto de “ley de promoción y alimentación saludable”, conocido también como “ley de etiquetado frontal”, que pretende garantizar el derecho a la salud y alimentación adecuada, incorporando sellos de advertencia sobre los alimentos envasados que exhiban cuando un determinado producto tenga exceso de nutrientes críticos como grasas saturadas, sodio, azúcares y calorías.

Laura Brosio