19 abril, 2024
Arte

Entre Duraznos floridos: aquello que no volverá

Por Marcela Davidson

A principios del siglo XX  la narración visual acentuó un espíritu palpitante en los meses de primavera. Celebrar esta estación era equivalente al floreciente ánimo amoroso. Actualmente las aves continúan con la misma práctica que rige su biología. No sucede lo mismo con los encuentros entre los seres humanos. Queda un registro de nostalgia por aquel entonces, cuando la primavera daba lugar a los paseos al aire libre. Brotaban las flores y también los amores. Hoy las flores aparecen en fotografías de las redes mediáticas y los amores también.

La Colección de Arte Amelia Lacroze de Fortabat nos ofrece la posibilidad de conocer el espíritu festivo de un cortejo campestre en septiembre a principios del siglo veinte.  La adquisición de “Entre Duraznos Floridos”, una obra de 1915 del artista Fernando Fader,  puede ser visitada en el Espacio de Artes Visuales en Puerto Madero.

Fernando Fader nace a finales del diecinueve. Su obra “Entre Duraznos Floridos”, es el documento visual argentino por excelencia que da testimonio del cortejo primaveral. Práctica social que hoy sólo podemos reconocer en un cuadro o en una novela de época.

Fernando Fader trabajó sobre un lienzo de casi un metro y medio de alto y ancho aproximadamente. Fue en una etapa de color y luz en la que el artista se debe haber plegado a la estación floreciente. Se reconoce en el óleo a la hija de los Ochoa, quienes habían sido los propietarios de las tierras adquiridas por Fader en Córdoba.  Laurencia Ochoa está planteada cómo parte de la urdimbre pictórica y floral en la plantación de duraznos. Las flores y ella casi forman una unidad. Incluso el rostro es resuelto como si se anunciaran los primeros duraznos carnosos en su esplendor. La pose sutil y retraída aunque con una mirada fugada hacia su propia intimidad, da pie al paisano varonil y bien plantado. Actitud típicamente masculina y un poco arrogante, de aquel entonces. Esta obra exalta un lenguaje gestual perdido en el devenir del tiempo. La paleta y el tratamiento de influencia impresionista a esa gran escala, no le pasa desapercibida al espectador.

Los rosados mezclados con blanco y amarillo cubren una superficie importante del cuadro. La calidez es balanceada con el azul ultramar de poncho con pliegues. La luz reverbera sobre el vestido blanco puro y las sombras se proyectan formando casi un encaje análogo a la femineidad que ornaba a la mujer de la época.

La Primavera de Fernando Fader no es la misma en la actualidad. Han pasado casi cien años y la mujer también ha cambiado su postura y posición frente al varón. Por eso podemos decir, parafraseando a Gustavo Adolfo Bécquer, que  “volverán las oscuras golondrinas”;  lo que no volverá es el cortejo primaveral.

ILUSTRACION: F. Fader: Duraznos floridos.