Arte para Pensar
Liliana Porter, Reflexiones Visuales Por Marcela Davidson
La visita que hicimos esta semana al Malba tuvo la intención del reencuentro con la artista
Liliana Porter; con su obra, para ser más precisa, que estará allí en exposición hasta
mediados de octubre próximo.
La nota que compartiré hoy está dedicada a la resonancia de su multidisciplinaria expresión
artística. Sus reflexiones visuales nos permiten comprender cómo los ídolos e ideales van
cambiando. También aparecen los prototipos humanos a mínima escala y arrojados en un
espacio blanco. Sus desempeños que incluyen barrer, tejer, bailar o mirarse al espejo son
actividades cotidianas que le dan sentido a la vida. La actividad es valiosa hasta en el medio
de los escombros.
Liliana Porter da visibilidad a su colección de highlights populares que la historia social
destacó. La historia social está marcada por ídolos, ya sea para alabarlos o para denostarlos.
Porter los descontextualiza históricamente y los transforma en personajes escénicos:
identidades del éxito menguante que el tiempo puede llegar a borrar como si fueran reales,
personajes que para las nuevas generaciones se convierten en pura ficción. Así, la atención
converge en juguetes o pequeñas piezas de merchandising.
Estos objetos, hechos con materiales de bajo costo, son souvenirs: recuerdos especiales
adquiridos por quienes desean guardar un pedacito de vida en un platito de loza con la
calcomanía de un ídolo. En la obra de Liliana Porter, esos souvenirs ajenos se vuelven
piezas de su juego narrativo. Ella los adquiere en ferias de objetos, donde han quedado a la
intemperie de la época y de quienes alguna vez los cargaron de afecto. Porter los reviste de
intensidad reflexiva. Sus pequeños actores de plástico, loza o porcelana se disponen a
transmitir dudas y cuestionamientos sobre las convenciones.
Un recuerdo de vitrina sentimental remite al poder de los significados. Un “Mambrú
sentimental fue a la guerra” se representa en milésimas de segundo con un figurín de
porcelana de un niño que, en la escena inmediata, ya no tiene rostro. El rostro ha sido
volado y queda un agujero. Así de aguda es la narrativa audiovisual típica de las mínimas
escenas que Liliana Porter construye.
Ella percibe la realidad como realidades cargadas de coherencia absurda: como el juego de
la guerra o los fanatismos que edifican idolatría. Los ídolos famosos de distintas épocas
señalan un éxito que, con el tiempo, diluye su esplendor. Se convierten en adornos
dispuestos con precisión sobre el espacio blanco del tiempo simbólico.
Su mirada se detiene en la forma en que se atesoran objetos sin valor económico, tanto en
los niños como en los adultos de bajos recursos. Aquellos objetos de porcelana se rompen
en mil pedazos, como las delicias que alguna vez fueron parte de una suntuosa mesa para
celebrar la hora del té sin urgencias.
Así, Porter retrata temas universales y filosóficos sobre la relatividad de las cumbres del
éxito. Cumbres que, tarde o temprano, se vuelven borrascosas, parafraseando la novela de
Emily Brontë.
Otro tema importante en su obra es la fantasía del arquetipo de los novios. La idealización
en el amor está sostenida por ilusiones. Hoy, la institución matrimonial es un tema que se
va resquebrajando, como ocurre en la intervención de Porter. Los eventos destacados son
efímeros en un espacio temporal sin limitación.
Pienso en qué emociones me moviliza la obra de Porter. Tal vez, si pudiera imaginar qué
movimientos afectan la subjetividad, diría: darle a la realidad otras lecturas. Cuestionar la
normalización impuesta por cada época. Aprender a construir, con los restos rotos, otras
formas de pensar. Pensar con reflexiones visuales.
FOTO: Liliana Porter: Lo pequeño se hace grande.