13 junio, 2025
Arte

Arte para Pensar

Por Marcela Davidson
En una obra de Fader: el cortejo y la primavera

A principios del siglo XX, la narración visual acentuó un espíritu palpitante en los meses de
primavera. Celebrar esta estación era equivalente al floreciente ánimo amoroso.
Actualmente, las aves continúan con la misma práctica que rige su biología. No sucede lo
mismo con los encuentros entre los seres humanos. Queda un registro de nostalgia por
aquel entonces, cuando la primavera daba lugar a los paseos al aire libre. Brotaban las
flores y también los amores. Hoy las flores aparecen en fotografías de las redes mediáticas.
Y los amores también.

La Colección de Arte Amalita Fortabat nos ofrece la posibilidad de conocer el espíritu
festivo de un cortejo campestre en septiembre, a principios del siglo veinte. Entre duraznos
floridos, una obra de 1915 del artista Fernando Fader, se encuentra en el Espacio de Artes
Visuales en Puerto Madero.

Fernando Fader nace a finales del diecinueve. Esta obra es el documento visual argentino
por excelencia que da testimonio del cortejo primaveral. Práctica social que hoy sólo
podemos reconocer en un cuadro o en una novela de época.

Fader trabajó sobre un lienzo de casi un metro y medio de alto y ancho aproximadamente.
Fue en una etapa de color y luz en la que el artista se debe haber plegado a la estación
floreciente. Se reconoce en el óleo a la hija de los Ochoa, quienes habían sido los
propietarios de las tierras adquiridas por Fader en Córdoba. Laurencia Ochoa está planteada
como parte de la urdimbre pictórica y floral en la plantación de duraznos. Las flores y ella
casi forman una unidad. Incluso el rostro es resuelto como si se anunciaran los primeros
duraznos carnosos en su esplendor. La pose sutil y retraída, aunque con una mirada fugada
hacia su propia intimidad, da pie al paisano varonil y bien plantado. Actitud típicamente
masculina y un poco arrogante, de aquel entonces. Esta obra exalta un lenguaje gestual
perdido en el devenir del tiempo. La paleta y el tratamiento de influencia impresionista a
esa gran escala no le pasan desapercibidos al espectador.

Los rosados mezclados con blanco y amarillo cubren una superficie importante del cuadro.
La calidez es balanceada con el azul ultramar del poncho con pliegues. La luz reverbera
sobre el vestido blanco puro y las sombras se proyectan formando casi un encaje análogo a
la femineidad de la mujer.

La Primavera de Fernando Fader no es la misma en la actualidad. Han pasado casi cien
años, y la mujer también ha cambiado su postura y posición frente al varón. Por eso
podemos decir, parafraseando a Gustavo Adolfo Bécquer, que “volverán las oscuras
golondrinas”; lo que no volverá es el cortejo primaveral.

Esta es una pintura entre el dolor y la luz. Entre duraznos floridos, un óleo sobre tela de 139
por 149 centímetros, no es la única obra de Fernando Fader que forma parte de la Colección
de Arte Amalita. Pero sí encierra una delicada intersección entre su biografía y una época
de inflexión artística. Miembro destacado del Grupo Nexus —junto a artistas como
Collivadino, Ripamonte y Quirós— Fader participó activamente de aquel movimiento que,
en los albores del siglo XX, buscaba cimentar una tradición visual con raíces locales,
diferenciándose de las corrientes europeizantes dominantes, aun cuando muchos de ellos, él
incluido, se habían formado en Europa.

Esta pintura, realizada en 1915, llega un año después de su regreso a Buenos Aires, luego
de haber transitado un silencio artístico motivado por razones familiares y existenciales.
Durante su estadía en Mendoza, Fader se había apartado del mundo del arte para hacerse
cargo del negocio familiar y afrontar un duelo profundo: la muerte de su padre. En ese
contexto, se embarcó en una obra de ingeniería colosal, la represa sobre el río Mendoza, tal
vez con la esperanza de encauzar el dolor en una empresa tangible. Pero el destino fue
implacable: un alud arrasó la construcción y dejó a la familia en la ruina.

Entre duraznos floridos no es sólo una imagen de primavera, cortejo y luz. Es también la
obra de un hombre que vuelve a pintar tras haber tocado el fondo de la pérdida. Y es quizás
allí, en ese regreso al color, donde se advierte el gesto más íntimo del artista: transformar el
derrumbe en una imagen que florece.

FOTO: Entre duraznos floridos se puede ver en La Colección Fortabat, que se encuentra
en Puerto Madero.