Arte para Pensar por Marcela Davidson
¿De quién son los momentos?
Don π es el alias con el que firma el autor argentino Pío Romero Carranza. Arquitecto, artista
visual y escritor. Su segundo libro es “momentos”, así en minúsculas.
Esta novela es un viaje psíquico profundamente sentido. A través de diversos episodios
– algunos reales, otros imaginarios- el protagonista atraviesa experiencias que dejan una huella
duradera en su vida. El relato revela progresivamente un trauma infantil que influye en sus
relaciones, en particular con las mujeres, y lo sumerge en estados de soledad y angustia.
La pregunta que me surge al leer el libro es ¿de quién son los momentos? Porque el relato nos
pone en contacto solo por ese momento del autor, que va sumando varios de distintas
situaciones en las que intervienen apenas otros de los personajes.
Por lo tanto, esta agilidad visual que ofrece el autor es muy importante, especialmente porque
cada momento está subscripto en una determinada locación que inmediatamente se transforma
en otra, como los momentos, porque éstos tienen la versatilidad de cambiarnos el espacio, las
emociones. Cada momento en el libro de Don π es como un cuadro con una historia que
desconocemos y que nos detenemos a observar sobre una pared en el museo: ahí vemos sus
trazos, sus personajes y sus abstracciones, si es que las hay.
Tal vez, la propia formación como arquitecto le conceda esta posibilidad de ver, de hacer y de
construir todas estas escenas que se transforman en momentos que pudo haber vivido o no;
que recuerda como paredes que se levantan o paredes que se tiran abajo. Un movimiento
permanente de espacios visuales. El autor, que también es dibujante y pintor, deja ver esta
forma de transitar a través de los bocetos del tiempo, los bocetos que uno hace.
En la página 65, un subte en el que se encontraba hacía un recorrido por la zona de la pared y
así su recorrido por la ciudad de Buenos Aires termina en Palermo pero ya no en Palermo de
CABA, sino en la isla al sur de la península donde las calles, como dice él en su escrito: “…
son angostas y nunca rectas, las casas son blancas, los carteles anunciando los entierros son
negros y están pegados sobre las paredes, el mercado es caliente, hace calor en el sur de Italia
en esta época, es el final del verano, hace calor y unos viejos sentados en un banco me
contemplan y hablan de cómo se divertían a los veinte, las lloronas de negro pasan detrás del
carro del muerto tirado por caballos, entierro oneroso, lleno de galas. Palermo tiene un sol
blanco que se refleja en el Tirreno. Palermo tiene vino, sus habitantes lo saborean.”
Este pasaje, que condensa con fuerza imágenes sensoriales, desplazamientos y evocaciones,
permite pensar que el tiempo en “momentos” no es una línea, ni siquiera una cronología. Es
más bien un tejido de percepciones, un tiempo vivido desde la sensibilidad y la memoria, que
nos hace detenernos, más que avanzar.
Aquí es posible abrir un cruce con la filosofía de Henri Bergson, quien pensó el tiempo no
como una sucesión de instantes medibles, sino como una duración (durée): una continuidad
interna, hecha de sensaciones, recuerdos, y afectos que se superponen. Los momentos que
relata Don π podrían pensarse así como pequeñas unidades de duración bergsoniana: no son
instantes fijos, sino fragmentos vivos, donde el tiempo no es lo que se mide, sino lo que se
siente y se transforma. El subte que parte de Buenos Aires y desemboca en una Palermo
italiana no obedece a una lógica racional del espacio, sino a un mapa afectivo, donde los
recuerdos dibujan conexiones inesperadas.
Por otro lado, desde la perspectiva de Walter Benjamin, podríamos decir que estos
“momentos” funcionan como relámpagos de sentido. Benjamin pensaba el tiempo no como un
continuo progresivo, sino como una serie de interrupciones, donde lo esencial emerge como
imagen súbita. Cada fragmento de “momentos” —como esa escena solar y fúnebre de la
ciudad del sur— detiene el curso ordinario de la narración y lo satura de resonancias. No hay
desarrollo, sino apariciones, fulgores, intensidades. El texto nos sitúa ante la mirada de unos
viejos, el paso de unas lloronas, un vino, un calor. Esos destellos condensan más que explican,
y esa es su potencia.
Así, podríamos decir que el libro de Don π no está hecho de anécdotas sino de instantes
poéticos, de escenas vividas o imaginadas, que construyen una forma de tiempo subjetivo y
sensible. Es el tiempo que se dibuja, que se recuerda, que se esboza como una pared que
aparece en un trazo, como una imagen que se revela en el instante de contemplarla.
Por eso, la pregunta inicial —“¿de quién son los momentos?”— puede resonar ahora de otra
manera: tal vez los momentos no pertenezcan a nadie. Tal vez sean ellos los que nos rozan, los
que nos habitan, como imágenes que se filtran entre paredes, estaciones, lenguas y geografías,
componiendo una memoria que no es del todo nuestra, pero que nos construye mientras la
leemos.
FOTO: Don π y su obra